"Vive deprisa, muere joven y deja un bonito cadáver". La cita se suele atribuir a James Dean, responde perfectamente al concepto Carpe Diem, pero perfectamente podríamos atribuírsela a Alejandro III de Macedonia (356-323 a.C.), más conocido como Alejandro Magno. Con sólo 23 años heredó el trono de Macedonia de su padre, Filipo II. Acabó con la débil resistencia de los griegos y, en el 333, invadió Asia. El resto de su vida lo dedicó a conquistar el Imperio persa, primero, y luego seguir su incansable avance hasta el río Indo. Sólo las exigencias de sus tropas le impidieron seguir adelante.
Luego, como si hubiese sido tramado por el mejor de los guionistas, murió en Babilonia, en extrañas circunstancias, con solo 33 años. Ni siquiera se conoce a ciencia cierta dónde está enterrado el cadáver del gran conquistador. Elementos básicos para que se haya convertido en el gran mito de la Historia Occidental. No creo que exista nadie que haya levantado tantas pasiones y haya sido objeto de atención de todas las artes a lo largo de los dos milenos transcurridos. En la Antigüedad fue el modelo de Julio César, entre otros cientos. En la Edad Media, de todos los grandes reyes. Hasta el propio Gengis Kan quiso superarle con un imperio aún más grandioso.
Se han escrito muchas cosas sobre Alejandro III (personalmente recomiendo la biografía de A.B. Bosworth). En castellano tenemos el primordial ejemplo del medieval "Libro de Alexandre", escrito en versos de 14 sílabas, que desde entonces se llaman alejandrinos. Por supuesto, la mayoría de las cosas que se han escrito son más cercarnas a la leyenda que a la realidad, pero es que el personaje, por sus logros, se parece más a Aquiles o Eneas que a cualquier figura histórica. Repasemos la inmensidad de su legado.
En primer lugar, la salvajada del territorio que explotó y conquistó. Desde la Hélade hasta el río Indo, sólo Arabia se quedó al margen de sus conquistas. Aprovechando las innovaciones militares de su padre, Alejandro comandó un ejército imparable que derrotó a cuantos ejércitos se le pusieron por delante. Como anécdota, valga decir que no quiso entrar en Afganistán porque lo consideró inconquistable.
En segundo lugar, gracias a Alejandro se fusionaron, por primera y última vez en la Historia, los mundos Occidental y Oriental, cuya unión política fue bastante efímera, pero que fue fundamental para el crecimiento artístico, intelectual y literario de Europa. Al modelo clásico se incorporaron definitivamente aportaciones científicas y filosóficas de los mesopotámicos, medios, hindúes, budistas y egipcios. Desde el foco creado por él mismo en Alejandría y potenciado por los primeros Tolomeos, una nueva civilización se estaba creando, cuya culminación llegó con el orden romano.
A partir de ahí, los numerosos adelantos en todos los terrenos de la Antigüedad se unieron para crear un foco de civilización que comenzó a establecer los cimientos jurídicos, tecnológicos y científicos del Imperio Romano, que ya comienza a ser Europa. Discípulo de Aristóteles, aunque siempre fue más un guerrero que otra cosa, Alejandro supo que debía unir todos los elementos, materiales y espirituales, que cimentaban cada uno de los pueblos que conquistó. De la unión nace la fuerza y, aunque en sus días se enfrentó a una gran resistencia, consiguió aunar en un gran reino razas, conocimientos, lenguas y religiones de todos los rincones del globo.
De áhí que sea altamente revelador que la nueva sede del saber humano, Alejandría, que venía a sustituir a la decadente Atenas, lleve el nombre de su fundador, que fue mucho más que un mero conquistador. En su ejército no sólo viajaban militares, sino también ingenieros, artistas, cronistas y todo tipo de profesionales liberales. A golpe de espada, Alejandro también fue el primer viajero que se embarcó en una odisea científica.
Tanta fue su labor que es lógico que aún exista más leyenda en torno a él que verdad. En sólo 10 años sometió medio mundo. Es inevitable que tamaña hazaña oscurezca su auténtica aportación a la mente europea: el helenismo, donde Europa comenzó a ser lo que ya comienza a dejar de ser: el centro del universo.
lunes, 26 de diciembre de 2011
viernes, 9 de diciembre de 2011
Safo
"Dicen unos que nueve son las Musas. Qué negligencia. Que sepan que la décima es Safo la de Lesbos", escribió Platón sobre una de las poetisas más interesantes y enigmáticas de la Historia.
Safo de Mitilene, que vivió a caballo entre los siglos VII y VI antes de Cristo, gozó de gran fama en la Antigüedad. Aristóteles hablaba de la "divina Safo". Curiosamente, apenas nos han quedado unos pocos fragmentos de su poesía, delicada, elegante, novedosa, anticipadamente lírica. Sus más famosos versos son aquellos que, ante la contemplación de una "amiga", dicen:
"Apenas te miro y entonces no puedo
decir ya palabra.
Al punto se me espesa la lengua
y de pronto un sutil fuego me corre
bajo la piel, por mis ojos nada veo,
los oídos me zumban,
me invade un frío sudor y toda entera
me estremezco, más que la hierba pálida
estoy, y apenas distante de la muerte
me siento, infeliz".
(Traducción de Carlos García Gual)
Estos versos muestran por primera vez en Occidente el tópico del amor que nos priva de los sentidos, del amor imposible que nos acerca a la muerte. Tópico que, casi dos mil años más tarde, repetirán Dante o Petrarca. No puede extrañarnos que, mucho más cerca, Séneca o Cicerón alabasen a la escritora de Mitilene, mito, leyenda y realidad que abre un camino a la poesía que ya nunca más se cerrará. Hasta en Bécquer o Neruda se escuchan ecos de Safo.
De la vida de Safo apenas se conoce nada. De ahí que, como en el caso de Shakespeare, los huecos permitan hacer mil y una cábalas sobre su figura. Ya Ovidio afirmó que, en la escuela que fundó en Lesbos, a sus alumnas tan solo les enseñaba artes amatorias. De su nombre deriva el adjetivo 'sáfico', como de su isla el de "lesbiana". Sin embargo, otra leyenda cuenta que se suicidó después de enamorarse de Faón, bello hombre que atrajo incluso la mirada de Afrodita. Así, todo lo que sabemos sobre Safo está más cerca de la fabulación de que del retrato histórico.
Sin embargo, los escasos versos que conservamos de esta magnífica poetisa siguen transportándonos a un mundo mágico, enamorado, que, aunque eternamente distante en el tiempo, resulta paradójicamente cercano.
"Y tú ¡Oh, dichosa! en tu inmortal semblante te sonreías: ¿Para qué me llamas? ¿Cuál es tu anhelo? ¿Qué padeces hora? —me preguntabas— ¿Arde de nuevo el corazón inquieto? ¿A quién pretendes enredar en suave lazo de amores? ¿Quién tu red evita, Mísera Safo? Que si te huye, tornará a tus brazos, y más propicio ofreceráte dones, y cuando esquives el ardiente beso, querrá besarte. Ven, pues, ¡Oh diosa! y mis anhelos cumple, liberta el alma de su dura pena; cual protectora, en la batalla lidia siempre a mi lado".
Escribe, a modo de súplica, la inmortal Safo en su "Himno a Afrodita", para García Gual el último poema de la despechada enamorada. Debemos evitar caer en las "mentiras" que se tejen alrededor de lo que no sabemos y, sencillamente, conformarnos con lo poco que tenemos. Safo, en sus ruinas, es asombrosamente actual. Siente como si fuera nuestra coetánea. Quizás fue ella la primera persona que supo trasladar a las palabras las inefables contradicciones del amor.
Safo de Mitilene, que vivió a caballo entre los siglos VII y VI antes de Cristo, gozó de gran fama en la Antigüedad. Aristóteles hablaba de la "divina Safo". Curiosamente, apenas nos han quedado unos pocos fragmentos de su poesía, delicada, elegante, novedosa, anticipadamente lírica. Sus más famosos versos son aquellos que, ante la contemplación de una "amiga", dicen:
"Apenas te miro y entonces no puedo
decir ya palabra.
Al punto se me espesa la lengua
y de pronto un sutil fuego me corre
bajo la piel, por mis ojos nada veo,
los oídos me zumban,
me invade un frío sudor y toda entera
me estremezco, más que la hierba pálida
estoy, y apenas distante de la muerte
me siento, infeliz".
(Traducción de Carlos García Gual)
Estos versos muestran por primera vez en Occidente el tópico del amor que nos priva de los sentidos, del amor imposible que nos acerca a la muerte. Tópico que, casi dos mil años más tarde, repetirán Dante o Petrarca. No puede extrañarnos que, mucho más cerca, Séneca o Cicerón alabasen a la escritora de Mitilene, mito, leyenda y realidad que abre un camino a la poesía que ya nunca más se cerrará. Hasta en Bécquer o Neruda se escuchan ecos de Safo.
Safo y Faón |
Sin embargo, los escasos versos que conservamos de esta magnífica poetisa siguen transportándonos a un mundo mágico, enamorado, que, aunque eternamente distante en el tiempo, resulta paradójicamente cercano.
Escribe, a modo de súplica, la inmortal Safo en su "Himno a Afrodita", para García Gual el último poema de la despechada enamorada. Debemos evitar caer en las "mentiras" que se tejen alrededor de lo que no sabemos y, sencillamente, conformarnos con lo poco que tenemos. Safo, en sus ruinas, es asombrosamente actual. Siente como si fuera nuestra coetánea. Quizás fue ella la primera persona que supo trasladar a las palabras las inefables contradicciones del amor.
miércoles, 23 de noviembre de 2011
Alcibiades
Pocos personajes de la Antigúedad levantan tanta polémica como Alcibidades, del que llegaron a decir que "si Aquiles no se le parecía, entonces no era guapo". Este ateniense, genial orador, gran estratega, político camaleónico y de moral algo dudosa, es considerado por algunos como una de las grandes figuras de la Grecia Clásica y por otros como un mero traidor que debía servir de ejemplo para la posteridad. Entre los primeros se encontraba Demóstenes, que lo consideraba un defensor único de la democracia, y entre los segundos Plutarco, que escribió de él que fue "el ser humano con menos escrúpulos y menos caritativo".
De familia noble, Alcibiades fue protegido de Pericles. luchó codo con codo con Sócrates, que le salvó la vida en Potidea, y al que a su vez salvó en la batalla de Delium. Cuando entró en política, en el 422 a.C., su carrera fue meteórica. Atenas se encontraba en plena guerra del Peloponeso y la labor de este joven de 28 años iba a resultar definitiva. En primer lugar colaboró con Nicias para mandar al ostracismo a sus principales rivales políticos.
Más adelante, como había tregua en Esparta, Alcibiades ideó la famosa expedición a Sicilia que, a la postre, llevaría a Atenas a la ruina. Durante la expedición, que seguramente fracasó más por la pusilanimidad de Nicias que por la ambición de nuestro protagonista, en Atenas se encontraron varias estaturas de Hermes seriamente mutiladas. Enseguida se relacionó a Alcibiades con este acto de impiedad. El comandante ateniense, en lugar de defenderse, desertó y, en un acto imperdonable de traición, se pasó al enemigo, a Esparta.
Su estancia en Esparta, para algunos historiadores como Donald Kagan, fue más la de un "topo" que la de un traidor. Pero, en la práctica, la capital laconia ganó numerosas posiciones frente a su rival ateniense gracias al asesoramiento de Alcibiades. Y, cuando se sintió poco favorecido por Agis II, rey espartano, dudó poco antes de volver a escaparse y refugiarse en la corte del sátrapa Tesafernes, leal servidor del imperio persa. Ya no sólo traicionaba a los atenienses, sino a toda la Hélade en general.
Curiosamente, Alcibiades negoció con el nuevo gobierno de Atenas y regresó triunfalmente como general. Consiguió dos sonadas y muy celebradas victorias antes de ser derrotado en Notium y, consiguientemente, desterrado de su tierra natal. Se refugió en Phyrgia, donde, según se asegura, intentó mantener al rey Artajerjes de Persia en contra de Esparta. Allí murió asesinado, en un crimen que nunca terminará de esclarecerse del todo.
La guerra del Peloponeso terminó, y el gran beneficiado fue el imperio persa gracias al debilitamiento general de los griegos. Así, ganó uno de los bandos a los que sirvió Alcibiades, un personajes de apasionante biografía que, si es adorado por muchos, lo es al modo de Fouché y Talleyrand. Siempre quedará un sitio en la Historia para los camaleones humanos, sobre todo si son bellos y poseen, como Alcibiades, el don de la elocuencia.
De familia noble, Alcibiades fue protegido de Pericles. luchó codo con codo con Sócrates, que le salvó la vida en Potidea, y al que a su vez salvó en la batalla de Delium. Cuando entró en política, en el 422 a.C., su carrera fue meteórica. Atenas se encontraba en plena guerra del Peloponeso y la labor de este joven de 28 años iba a resultar definitiva. En primer lugar colaboró con Nicias para mandar al ostracismo a sus principales rivales políticos.
Más adelante, como había tregua en Esparta, Alcibiades ideó la famosa expedición a Sicilia que, a la postre, llevaría a Atenas a la ruina. Durante la expedición, que seguramente fracasó más por la pusilanimidad de Nicias que por la ambición de nuestro protagonista, en Atenas se encontraron varias estaturas de Hermes seriamente mutiladas. Enseguida se relacionó a Alcibiades con este acto de impiedad. El comandante ateniense, en lugar de defenderse, desertó y, en un acto imperdonable de traición, se pasó al enemigo, a Esparta.
Alcibiades acompañado de unas cortesanas |
Curiosamente, Alcibiades negoció con el nuevo gobierno de Atenas y regresó triunfalmente como general. Consiguió dos sonadas y muy celebradas victorias antes de ser derrotado en Notium y, consiguientemente, desterrado de su tierra natal. Se refugió en Phyrgia, donde, según se asegura, intentó mantener al rey Artajerjes de Persia en contra de Esparta. Allí murió asesinado, en un crimen que nunca terminará de esclarecerse del todo.
La guerra del Peloponeso terminó, y el gran beneficiado fue el imperio persa gracias al debilitamiento general de los griegos. Así, ganó uno de los bandos a los que sirvió Alcibiades, un personajes de apasionante biografía que, si es adorado por muchos, lo es al modo de Fouché y Talleyrand. Siempre quedará un sitio en la Historia para los camaleones humanos, sobre todo si son bellos y poseen, como Alcibiades, el don de la elocuencia.
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domingo, 30 de octubre de 2011
Sócrates
En "El banquete", de Platón, todos terminan dormidos después de una larga jornada de juerga. Sólo Sócrates, y Aristodemo, abandonan despiertos y serenos el lugar para ir al ágora y continuar, siempre, dialogando con sus conciudadanos. La vida de Sócrates (470-399 a.C.), por lo menos la segunda mitad de la misma, consistió en un constante diálogo para buscar la verdad y, así, encontrar la mejor manera de ser bueno porque "una vida humana que no es sometida constantemente a autoexamen no es una vida".
En cierto modo todos somos hijos de Sócrates. Él hizo humano el viejo lema del Oráculo de Delfos, "Conócete a ti mismo", y, al centrar en el hombre todo su estudio, dio comienzo a la Modernidad. Sus preocupaciones políticas y éticas abrieron nuevos caminos para la filosofía, senda por la que continuaron Platón y Aristóteles para, por lo menos, sentar las bases del actual Occidente.
Sócrates, que no dejó escrito nada, conmocionó a los atenienses. Ciudadano ejemplar, combatiente en numerosas batallas y modelo familiar, lo dejó todo por la filosofía. Algunos, como Aristófanes, se burlaron de él. Muchos más se fijaron en él y le tomaron como modelo a seguir. Algunos, como Alcibiades, para mal. Otros, como Platón, para bien. Lo curioso es que Sócrates, que sólo buscaba el bien para evitar la decadencia moral, económica y cívica de Atenas, fue condenado por sus propios conciudadanos en un juicio que, aún más que la derrota en la guerra del Peloponeso, supuso el comienzo del fin de la hegemonía ateniense.
Cuando Atenas decidió juzgarle (ciertamente, su manera de enseñar, poniéndolo en duda todo e invitando a la constante reflexión, puede resultar tremendamente irritante), Sócrates, en lugar de intentar salvar su vida, en su famoso discurso de defensa ("La apología de Sócrates"), tan solo intentó resumir su modo de vida, de pensar y de actuar. Insistió en su forma de aguijonear a los atenienses para despertarles de un sueño de embriaguez que había sumido a la Atenas de Pericles en un demagógico gigante al borde de colapso. El resultado, la vergonzante sentencia a muerte de Sócrates, el primer mártir de una manera de entender el hombre y su libertad.
Aún más que en "El Banquete", la personalidad de Sócrates queda reflejada en el diálogo "Critón", también de Platón, que relata un hecho histórico. Al día siguiente a su condena, unos amigos intentaron librar a Sócrates y le invitaron a dejar Atenas camino del exilio. El filósofo se negó, pues entendía que negarse a acatar la sentencia de su propia muerte sería contradictorio con su doctrina. El primer cometido de cualquier ciudadano es cumplir las leyes de su polis. Y así, rodeado de sus amigos, bebió la cicuta y continuó dialogando hasta morir.
El legado de Sócrates es incomensurable. Decidió que el verdadero conocimiento partía del propio hombre y jamás debía dejar de centrarse en él. A partir del diálogo, de la absoluta tolerancia hacia el otro y el riguroso respeto a las leyes, vivió de acuerdo a su ideal y murió demostrando a los demás lo equivocados que estaban. Por mucho que hoy haya gente que intente negarle, Sócrates fue un sabio que abrió el camino hacia lo que hoy somos o, por lo menos, deberíamos ser.
En cierto modo todos somos hijos de Sócrates. Él hizo humano el viejo lema del Oráculo de Delfos, "Conócete a ti mismo", y, al centrar en el hombre todo su estudio, dio comienzo a la Modernidad. Sus preocupaciones políticas y éticas abrieron nuevos caminos para la filosofía, senda por la que continuaron Platón y Aristóteles para, por lo menos, sentar las bases del actual Occidente.
Sócrates, que no dejó escrito nada, conmocionó a los atenienses. Ciudadano ejemplar, combatiente en numerosas batallas y modelo familiar, lo dejó todo por la filosofía. Algunos, como Aristófanes, se burlaron de él. Muchos más se fijaron en él y le tomaron como modelo a seguir. Algunos, como Alcibiades, para mal. Otros, como Platón, para bien. Lo curioso es que Sócrates, que sólo buscaba el bien para evitar la decadencia moral, económica y cívica de Atenas, fue condenado por sus propios conciudadanos en un juicio que, aún más que la derrota en la guerra del Peloponeso, supuso el comienzo del fin de la hegemonía ateniense.
Cuando Atenas decidió juzgarle (ciertamente, su manera de enseñar, poniéndolo en duda todo e invitando a la constante reflexión, puede resultar tremendamente irritante), Sócrates, en lugar de intentar salvar su vida, en su famoso discurso de defensa ("La apología de Sócrates"), tan solo intentó resumir su modo de vida, de pensar y de actuar. Insistió en su forma de aguijonear a los atenienses para despertarles de un sueño de embriaguez que había sumido a la Atenas de Pericles en un demagógico gigante al borde de colapso. El resultado, la vergonzante sentencia a muerte de Sócrates, el primer mártir de una manera de entender el hombre y su libertad.
Aún más que en "El Banquete", la personalidad de Sócrates queda reflejada en el diálogo "Critón", también de Platón, que relata un hecho histórico. Al día siguiente a su condena, unos amigos intentaron librar a Sócrates y le invitaron a dejar Atenas camino del exilio. El filósofo se negó, pues entendía que negarse a acatar la sentencia de su propia muerte sería contradictorio con su doctrina. El primer cometido de cualquier ciudadano es cumplir las leyes de su polis. Y así, rodeado de sus amigos, bebió la cicuta y continuó dialogando hasta morir.
El legado de Sócrates es incomensurable. Decidió que el verdadero conocimiento partía del propio hombre y jamás debía dejar de centrarse en él. A partir del diálogo, de la absoluta tolerancia hacia el otro y el riguroso respeto a las leyes, vivió de acuerdo a su ideal y murió demostrando a los demás lo equivocados que estaban. Por mucho que hoy haya gente que intente negarle, Sócrates fue un sabio que abrió el camino hacia lo que hoy somos o, por lo menos, deberíamos ser.
sábado, 8 de octubre de 2011
Arquímedes
Arquímedes de Siracusa (287-212 a.C.) fue uno de los grandes sabios de la Antigüedad. Matemático, astrónomo, ingeniero, físico, en general inventor -muy cercano en tantas cosas a Leonardo- sus avances en los terrenos teóricos y prácticos fueron ingentes, pero curiosamente su obra no gozó de fama en el mundo académico hasta mucho más adelante, cuando Isidoro de Mileto recopiló por fin sus obras en el siglo VI después de Cristo.
Se conocen muy pocos datos fehacientes de la vida de Arquímedes, envuelto así en un clima de leyenda, como la vieja anécdota que cuenta cómo "descubrió" su famoso principio cuando se estaba bañando mientras pensaba cómo averiguar si la corona del tirano de Siracusa contenía tanto oro como se suponía. Sin embargo, el principio sigue siendo base fundamental en el estudio de los fluidos.
Otro a los descubrimientos de Arquímedes que siguen siendo de completa actualidad y utilidad es su famoso tornillo, que sirve para extraer agua, tierra o cualquier sustancia de un terreno inferior. Su sencillez no impide que el invento de este magnífico ingeniero fuese sencillamente -valga la redundancia- genial.
La gran fama que alcanzó Arquímedes en vida fue esencialmente gracias a sus alardes en la invención de máquinas militares. Aparte de mejorar catapultas y otras máquinas de guerra, a él se debe la curiosa "Garra" que elevaba por un lado los barcos del enemigo para que se inundase el otro. Así los siracusanos consiguieron vencer los primeros asedios navales de los romanos.
Aunque en este terreno la palma se la lleva la leyenda del "rayo destructor". Según parece, Arquímedes ideó una combinación de espejos que, al reflejar la luz del sol, iban condensando el calor hasta conseguir crear un rayo incendiario que destruyese las naces enemigas. No se sabe hasta qué punto es cierto su invento, pero aún hoy se siguen haciendo experimentos para combinar distintas fuentes de luz y así conseguir una rayo desintegrador. El MIT sigue desarrollando experimentos en este sentido.
Tal fue la fama de Arquímdes como ingeniero militar que Roma, cuando por fin iba a conquistar Siracusa, dio orden de que la vida de Arquímedes debía ser respetada por encima de todo. Cuenta la leyenda que Arquímedes, en pleno fragor de la batalla, se encontraba sumido en una de sus hondas meditaciones teoréticas cuando un soldado romano llegó a su casa. El legionario le llamó varias veces por su nombre pero él, en su mundo, no se percató de nada. Al final el miliatr acabó con él. Su genialidad, su portentosa capacidad de concentración, le costaron la vida.
Se conocen muy pocos datos fehacientes de la vida de Arquímedes, envuelto así en un clima de leyenda, como la vieja anécdota que cuenta cómo "descubrió" su famoso principio cuando se estaba bañando mientras pensaba cómo averiguar si la corona del tirano de Siracusa contenía tanto oro como se suponía. Sin embargo, el principio sigue siendo base fundamental en el estudio de los fluidos.
Otro a los descubrimientos de Arquímedes que siguen siendo de completa actualidad y utilidad es su famoso tornillo, que sirve para extraer agua, tierra o cualquier sustancia de un terreno inferior. Su sencillez no impide que el invento de este magnífico ingeniero fuese sencillamente -valga la redundancia- genial.
La gran fama que alcanzó Arquímedes en vida fue esencialmente gracias a sus alardes en la invención de máquinas militares. Aparte de mejorar catapultas y otras máquinas de guerra, a él se debe la curiosa "Garra" que elevaba por un lado los barcos del enemigo para que se inundase el otro. Así los siracusanos consiguieron vencer los primeros asedios navales de los romanos.
Aunque en este terreno la palma se la lleva la leyenda del "rayo destructor". Según parece, Arquímedes ideó una combinación de espejos que, al reflejar la luz del sol, iban condensando el calor hasta conseguir crear un rayo incendiario que destruyese las naces enemigas. No se sabe hasta qué punto es cierto su invento, pero aún hoy se siguen haciendo experimentos para combinar distintas fuentes de luz y así conseguir una rayo desintegrador. El MIT sigue desarrollando experimentos en este sentido.
Tal fue la fama de Arquímdes como ingeniero militar que Roma, cuando por fin iba a conquistar Siracusa, dio orden de que la vida de Arquímedes debía ser respetada por encima de todo. Cuenta la leyenda que Arquímedes, en pleno fragor de la batalla, se encontraba sumido en una de sus hondas meditaciones teoréticas cuando un soldado romano llegó a su casa. El legionario le llamó varias veces por su nombre pero él, en su mundo, no se percató de nada. Al final el miliatr acabó con él. Su genialidad, su portentosa capacidad de concentración, le costaron la vida.
sábado, 10 de septiembre de 2011
Artemisia I de Caria
Según Herodoto, en la denominada Segunda Guerra Médica, sobresalió una griega que, pese a lo que pudiera pensarse, combatió junto a los persas de Jerjes: Artemisia I de Caria (no confundir con la II, que mandó construir el "maravilloso" Mausoleo), tirana de Halicarnaso, gran gobernadora a pesar de no intentar librarse del yugo meda.
Artemisia devino en tirana tras la muerte de su marido. En el 480 a.C, cuando el ejército de Jerjes se preparaba para invadir la Hélade, Halicarnaso puso cinco naves y numerosos hombres a las órdenes de Mardonio, general persa. Tras la victoria de las Termópilas, Jerjes llamó a capítulo a sus principales oficiales. Todos estuvieron de acuerdo en entablar batalla naval contra la flota helena. Todos, menos Artemisia, que conocía la superioridad rival en el mar y abogó por invadir el Peloponeso para obligar a sus habitantes a volver a defender sus tierras y así dejar desarmada a la armada que comandaba Temístocles.
No la escucharon, y Jerjes ordénó que se organizase todo para lo que terminó siendo la batalla de Salamina, victoria total de los griegos sobre la armada persa. Durante la batalla Artemisia sobresalió en el gobierno de sus naves. Pero si ha pasado a la historia es gracias a una ingeniosa estratagema: cuando le perseguía una nave griega y estaban a punto de atraparla, la reina de Halicarnaso mandó desplegar el emblema espartano y embistió un barco persa que por allí andaba. Los griegos, pensando que era uno de los suyos, la dejaron en paz.
Herodoto describe con admiración tamaña traición. Según cuenta la misma tradición, Jerjes, maravillado ante la gallardía y la astucia de Artemisia I de Caria, exclamó: "¡Mis hombres se han convertido en mujeres y mis mujeres en hombres!".
Artemisia I volvió a Halicarnaso, donde continuó gobernando. Cuenta la tradición que murió de amores, tras arrojarse desde un acantilado tras el rechazo de su enamorado. Destino que le une, dudosamente en su historicidad, a Safo de Mitilene.
Artemisia devino en tirana tras la muerte de su marido. En el 480 a.C, cuando el ejército de Jerjes se preparaba para invadir la Hélade, Halicarnaso puso cinco naves y numerosos hombres a las órdenes de Mardonio, general persa. Tras la victoria de las Termópilas, Jerjes llamó a capítulo a sus principales oficiales. Todos estuvieron de acuerdo en entablar batalla naval contra la flota helena. Todos, menos Artemisia, que conocía la superioridad rival en el mar y abogó por invadir el Peloponeso para obligar a sus habitantes a volver a defender sus tierras y así dejar desarmada a la armada que comandaba Temístocles.
No la escucharon, y Jerjes ordénó que se organizase todo para lo que terminó siendo la batalla de Salamina, victoria total de los griegos sobre la armada persa. Durante la batalla Artemisia sobresalió en el gobierno de sus naves. Pero si ha pasado a la historia es gracias a una ingeniosa estratagema: cuando le perseguía una nave griega y estaban a punto de atraparla, la reina de Halicarnaso mandó desplegar el emblema espartano y embistió un barco persa que por allí andaba. Los griegos, pensando que era uno de los suyos, la dejaron en paz.
Herodoto describe con admiración tamaña traición. Según cuenta la misma tradición, Jerjes, maravillado ante la gallardía y la astucia de Artemisia I de Caria, exclamó: "¡Mis hombres se han convertido en mujeres y mis mujeres en hombres!".
Artemisia I volvió a Halicarnaso, donde continuó gobernando. Cuenta la tradición que murió de amores, tras arrojarse desde un acantilado tras el rechazo de su enamorado. Destino que le une, dudosamente en su historicidad, a Safo de Mitilene.
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miércoles, 6 de julio de 2011
Eratóstenes
Pocos antiguos griegos muestran como Eratóstenes de Cirene lo asombroso de aquella civilización. Astrónomo, geógrafo, matemático, poeta y filósofo, en definitiva humanista, fue el director de la Biblioteca de Alejandría durante más de 40 años. Era admirado tanto por su capacidad para el estudio como por sus dotes deductivas. Pero por lo que realmente ha pasado a la Historia es por sus capacidades como geógrafo y astrónomo. Su "mapa mundi" de las tierras que se conocían en su época es paradigmático.
La gran hazaña de Eratóstenes, empero, fue la de medir las dimensiones de la Tierra -que consideraba esférica- con un error de tan solo un 1%. A partir de la observación de la inclinación de los rayos del sol durante el solsticio de verano en dos ciudades egipicas situadas a distinta latitud, y aplicando un método trigonométrico, dio con una cifra de la longitud de la circunferencia terrestre asombrosamente cercana a las mediciones tecnológicas de la actualidad.
Curiosamente, fueron las medidas, posteriores, de Posidonio y Ptolomeo las que cobraron mayor vigencia en el mundo, cifras que hacían a la Tierra mucha más pequeña y que invitaron a Cristóbal Colón a iniciar su ya legendario viaje del Descubrimiento. La Historia tiene estas ironías, y Ptolomeo, que se situó en el error, es mucho más conocido que Eratóstenes que, como digo, se acercó asombrosamente al tamaño real de nuestro querido y maltratado planeta.
Por si fuera poco, que con esta medición hizo de la necesidad virtud, de la precariedad de medios caldo de cultivo del ingenio, Eratóstenes aportó innumerables aportaciones a muchos de los campos en los que trabajó, como la esfera armilar, instrumento astronómico que aún se utilizaba en la Edad Moderna, o la "Criba" a la que da nombre, un sencillo algoritmo que sirve para encontrar todos los números primos que hay desde 1 hasta un número n, y que es completamente preciso hasta los diez millones. De ahí que en su tiempo fuera considerado como uno de los mayores sabios de siempre.
A modo anecdótico, sólo queda añadir que, con más de ochenta años, sintiendo que la vida le vencía, que la muerte ya se acercaba, Eratóstenes, en un alarde de resignación con mucho de estoico, se dehó morir de hambre.
La gran hazaña de Eratóstenes, empero, fue la de medir las dimensiones de la Tierra -que consideraba esférica- con un error de tan solo un 1%. A partir de la observación de la inclinación de los rayos del sol durante el solsticio de verano en dos ciudades egipicas situadas a distinta latitud, y aplicando un método trigonométrico, dio con una cifra de la longitud de la circunferencia terrestre asombrosamente cercana a las mediciones tecnológicas de la actualidad.
Curiosamente, fueron las medidas, posteriores, de Posidonio y Ptolomeo las que cobraron mayor vigencia en el mundo, cifras que hacían a la Tierra mucha más pequeña y que invitaron a Cristóbal Colón a iniciar su ya legendario viaje del Descubrimiento. La Historia tiene estas ironías, y Ptolomeo, que se situó en el error, es mucho más conocido que Eratóstenes que, como digo, se acercó asombrosamente al tamaño real de nuestro querido y maltratado planeta.
Por si fuera poco, que con esta medición hizo de la necesidad virtud, de la precariedad de medios caldo de cultivo del ingenio, Eratóstenes aportó innumerables aportaciones a muchos de los campos en los que trabajó, como la esfera armilar, instrumento astronómico que aún se utilizaba en la Edad Moderna, o la "Criba" a la que da nombre, un sencillo algoritmo que sirve para encontrar todos los números primos que hay desde 1 hasta un número n, y que es completamente preciso hasta los diez millones. De ahí que en su tiempo fuera considerado como uno de los mayores sabios de siempre.
A modo anecdótico, sólo queda añadir que, con más de ochenta años, sintiendo que la vida le vencía, que la muerte ya se acercaba, Eratóstenes, en un alarde de resignación con mucho de estoico, se dehó morir de hambre.
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viernes, 24 de junio de 2011
Pobre Edipo
Pocos personajes literarios han sufrido un destino más injusto que Edipo, figura que por otro lado plasma a la perfección el sentido trágico de la vida que se tenía en Grecia y que puede servir perfectamente como paradigma de la angustia existencial de ese otro monstruo de la naturaleza que fue Martin Heidegger.
Edipo apenas hace nada en su vida para sufrir el castigo que recibe. Cuando sus padres reciben el oráculo de que matará a su padre y se acostará con su madre, deciden matarle. Pero el encargado de hacerlo se apiada de él, y lo cuelga de un árbol con los talones taladrados.
Edipo es recogido y criado por los reyes de Corinto. Cuando el Oráculo de Delfos le dice su destino, decide huir porque no quiere matar a su padre. Así se produce su regreso a Tebas, pero en el camino matará a un desconocido que él no sabe que es Layo, su padre. Ni sabe que cuando libre a Tebas de la Esfinge tendrá que casarse con Yocasta, su madre, aunque él no lo sepa. Ni sabe que sus hijos también son sus hermanos. Edipo no sabe nada; todo lo que hace es para huir de su destino, y así irónicamente se va cumpliendo tan injusto hado.
Porque Edipo siempre se porta noblemente. En "Edipo rey", la tragedia de Sófocles, se pone a averiguar la verdad sólo para librar a Tebas, ciudad de la que ya es rey, de una peste producto de que el asesino de Layo no ha sido apropiadamente castigado. Todos lo piden que no siga adelante, como si ya supiesen qué pasa. Pero Edipo sigue el camino de la justicia para terminar duramente castigado, quizás el final más absurdo e injusto de la historia de la literatura.
Los teóricos del teatro griego afirman que en la tragedia ateniense es fundamental el concepto de hybris, o acto de soberbia o insolencia que comete el protagonista y por el que termina siendo castigado. Edipo nunca comete un pecado de soberbia. Huye de Corinto para salvar a los que cree sus padres. Mata a Layo por un altercado callejero que habla peor de la época que del protagonista. Salva a Tebas de la Esfinge y se casa con la reina viuda porque es lo que dicta la tradición. Y averigua la verdad para salvar de nuevo a Tebas. Edipo es un "juguete del destino", como habría escrito Shakespeare, y no un insolente castigado. Su tragedia es la de todos los seres humanos en el sentido de que el "mayor delito del hombre es haber nacido". Ahí reside la tragedia de su mito, y no en las teorías literarias del siglo XX.
Pero el mayor pecado que se ha cometido con Edipo es utilizarle para bautizar "El complejo de Edipo", trastorno típico de la infancia en la que el niño se enamora perdida y posesivamente de la madre, y que puede derivar en una patología. La cuestión, como han argumentado numerosos psicólogos, psiquiatras y expertos literarios, es que el Edipo mítico no siente ninguna fijación por la que no sabe que es su madre. En cuanto descubre quién es Yocasta, ella se suicida y él se arranca los ojos. Porque Edipo entiende lo monstruoso de su incesto.
Como argumenta, entre otros, Harold Bloom en "El canon occidental", el personaje literario que más se acerca a lo que expuso Sigmund Freud fue Hamlet, el príncipe de Dinamarca creado por William Shakespeare, que quiere vengar a su padre y recuperar a su madre, Gertrudis, casada con el traidor Claudio. Pero con Edipo siempre pasan estas cosas. Seguro que el viejo oráculo que dictó su destino también aseguró que su hado culminaría con dar el nombre a un complejo psicológico para que nunca nadie se olvidara de él... aunque generalmente sea modo tergiversado.
Edipo apenas hace nada en su vida para sufrir el castigo que recibe. Cuando sus padres reciben el oráculo de que matará a su padre y se acostará con su madre, deciden matarle. Pero el encargado de hacerlo se apiada de él, y lo cuelga de un árbol con los talones taladrados.
Edipo es recogido y criado por los reyes de Corinto. Cuando el Oráculo de Delfos le dice su destino, decide huir porque no quiere matar a su padre. Así se produce su regreso a Tebas, pero en el camino matará a un desconocido que él no sabe que es Layo, su padre. Ni sabe que cuando libre a Tebas de la Esfinge tendrá que casarse con Yocasta, su madre, aunque él no lo sepa. Ni sabe que sus hijos también son sus hermanos. Edipo no sabe nada; todo lo que hace es para huir de su destino, y así irónicamente se va cumpliendo tan injusto hado.
Porque Edipo siempre se porta noblemente. En "Edipo rey", la tragedia de Sófocles, se pone a averiguar la verdad sólo para librar a Tebas, ciudad de la que ya es rey, de una peste producto de que el asesino de Layo no ha sido apropiadamente castigado. Todos lo piden que no siga adelante, como si ya supiesen qué pasa. Pero Edipo sigue el camino de la justicia para terminar duramente castigado, quizás el final más absurdo e injusto de la historia de la literatura.
Pero el mayor pecado que se ha cometido con Edipo es utilizarle para bautizar "El complejo de Edipo", trastorno típico de la infancia en la que el niño se enamora perdida y posesivamente de la madre, y que puede derivar en una patología. La cuestión, como han argumentado numerosos psicólogos, psiquiatras y expertos literarios, es que el Edipo mítico no siente ninguna fijación por la que no sabe que es su madre. En cuanto descubre quién es Yocasta, ella se suicida y él se arranca los ojos. Porque Edipo entiende lo monstruoso de su incesto.
Como argumenta, entre otros, Harold Bloom en "El canon occidental", el personaje literario que más se acerca a lo que expuso Sigmund Freud fue Hamlet, el príncipe de Dinamarca creado por William Shakespeare, que quiere vengar a su padre y recuperar a su madre, Gertrudis, casada con el traidor Claudio. Pero con Edipo siempre pasan estas cosas. Seguro que el viejo oráculo que dictó su destino también aseguró que su hado culminaría con dar el nombre a un complejo psicológico para que nunca nadie se olvidara de él... aunque generalmente sea modo tergiversado.
martes, 14 de junio de 2011
Fidias y el Partenón
Pocos templos han servido como santuarios de una diosa griega, como basílica y como mezquita. Ninguno ha despertado la misma fascinación que el Partenón, majestuoso sueño con el que Pericles, con el dinero de los demás miembros de la Liga Ático Délica, quiso que Atenas quedase para siempre marcado a fuego en los anales de la Historia. Fue un acto faraónico salpimentado con los modos de una curiosa democracia.
El Partenón, que comenzó a construirse en el 447 a.C., tardó quince años en terminarse, uno más para completar su majestuosa decoración. Aunque los arquitectos oficiales fueron Ictino y Calícrates, siempre trabajaron bajo los dictados de Fidias, amigo de Pericles y principal escultor del periodo clásico. Fidias, aparte de esculpir la estatua criselefantina de Atenea Partenos con 1.200 kilos de oro, de encargarse de la decoración de los frontones y las metopas, diseñó este gigantesco templo de casi 70 metros de longitud y 30 de anchura.
Lo curioso del diseño del Partenón es que, aunque parezca lo contrario, no hay ninguna línea recta en su diseño. Cada fuste, cada arquitrabe, el entablamento están ligeramente curvados para dar mayor elegancia y finura al edificio. Todo un alarde de diseño y capacidad arquitectónica. Aunque nada comparado con el poco tiempo que se tomaron en levantarlo, algo al alcance de muy pocos; quizás sólo la construcción del monasterio de El Escorial se pueda considerar su parangón.
En 1897, en Nashville, Tennessee, con motivo de una feria se construyó una réplica en escayola y ladrillo que, veinte años más tarde, fue derruida para construir otra con materiales más duraderos. Trabajaron numerosos expertos y se decoró el edificio con réplicas de las esculturas de Fidias, incluida la gigantesca estatua de 12 metros de altura del interior del templo. Para que nada quedase sin terminar se policromó el Partenón tal y como se piensa que estuvo en los tiempos gloriosos de la antigua Atenas.
¿Qué magia tendrá un edificio que, dos milenios y medio más tarde, llega a seducir a los habitantes de una ciudad estadounidense hasta tal punto que sufragan la construcción de una aunque más barata también carísima réplica?
Aunque suela reducirse su papel al de simple escultor, Fidias fue a la acrópolis lo que Pericles a la política de Atenas. Ideó aquel majestuoso edificio según una visión muy particular nunca repetida después. El orden dórico fue paulatinamente desapareciendo porque evidentemente era imposible mejorar lo conseguido por los atenienses.
Curiosamente, el Partenón no quedó recogido como una de las siete maravillas del mundo de Antípatro de Sidón, por ser bastante más pequeño que el templo de Artemisa en Éfeso y porque Atenas había sido demasiado poderosa. Fidias quedó recogido por su estatua de Zeus de Olimpia pero, como casi toda su obra, esta no ha sobrevivido. Siguiendo con esta extraña maldición, su decoración del Partenón se encuentra en su mayoría en el British Museum, los famosos mármoles Elgin.
A pesar de todo, el Partenón sigue ahí, medio destruido por una explosión cuando a algún iluminado se le ocurrió convertirlo en polvorín. Su nombre siempre es asociado a Ictino y Calícrates, pero se suele olvidar que Fidias dirigió su diseño y construcción. Seguramente su nombre, por la ausencia de obras auténticamente suyas que quedan en Grecia, está más dentro de la leyenda que fuera. Pero sin él no habría un espectacular templo levantándose sobre la más famosa acrópolis del orbe. Su legado es, pues, casi anónimo mas imperecedero.
El Partenón, que comenzó a construirse en el 447 a.C., tardó quince años en terminarse, uno más para completar su majestuosa decoración. Aunque los arquitectos oficiales fueron Ictino y Calícrates, siempre trabajaron bajo los dictados de Fidias, amigo de Pericles y principal escultor del periodo clásico. Fidias, aparte de esculpir la estatua criselefantina de Atenea Partenos con 1.200 kilos de oro, de encargarse de la decoración de los frontones y las metopas, diseñó este gigantesco templo de casi 70 metros de longitud y 30 de anchura.
Lo curioso del diseño del Partenón es que, aunque parezca lo contrario, no hay ninguna línea recta en su diseño. Cada fuste, cada arquitrabe, el entablamento están ligeramente curvados para dar mayor elegancia y finura al edificio. Todo un alarde de diseño y capacidad arquitectónica. Aunque nada comparado con el poco tiempo que se tomaron en levantarlo, algo al alcance de muy pocos; quizás sólo la construcción del monasterio de El Escorial se pueda considerar su parangón.
En 1897, en Nashville, Tennessee, con motivo de una feria se construyó una réplica en escayola y ladrillo que, veinte años más tarde, fue derruida para construir otra con materiales más duraderos. Trabajaron numerosos expertos y se decoró el edificio con réplicas de las esculturas de Fidias, incluida la gigantesca estatua de 12 metros de altura del interior del templo. Para que nada quedase sin terminar se policromó el Partenón tal y como se piensa que estuvo en los tiempos gloriosos de la antigua Atenas.
¿Qué magia tendrá un edificio que, dos milenios y medio más tarde, llega a seducir a los habitantes de una ciudad estadounidense hasta tal punto que sufragan la construcción de una aunque más barata también carísima réplica?
Aunque suela reducirse su papel al de simple escultor, Fidias fue a la acrópolis lo que Pericles a la política de Atenas. Ideó aquel majestuoso edificio según una visión muy particular nunca repetida después. El orden dórico fue paulatinamente desapareciendo porque evidentemente era imposible mejorar lo conseguido por los atenienses.
Curiosamente, el Partenón no quedó recogido como una de las siete maravillas del mundo de Antípatro de Sidón, por ser bastante más pequeño que el templo de Artemisa en Éfeso y porque Atenas había sido demasiado poderosa. Fidias quedó recogido por su estatua de Zeus de Olimpia pero, como casi toda su obra, esta no ha sobrevivido. Siguiendo con esta extraña maldición, su decoración del Partenón se encuentra en su mayoría en el British Museum, los famosos mármoles Elgin.
A pesar de todo, el Partenón sigue ahí, medio destruido por una explosión cuando a algún iluminado se le ocurrió convertirlo en polvorín. Su nombre siempre es asociado a Ictino y Calícrates, pero se suele olvidar que Fidias dirigió su diseño y construcción. Seguramente su nombre, por la ausencia de obras auténticamente suyas que quedan en Grecia, está más dentro de la leyenda que fuera. Pero sin él no habría un espectacular templo levantándose sobre la más famosa acrópolis del orbe. Su legado es, pues, casi anónimo mas imperecedero.
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sábado, 28 de mayo de 2011
Leónidas
Cuando se quiere mostrar un ejemplo de compromiso ciudadano, solemos acudir a personajes tan memorables como Sócrates o Cicerón, que murieron defendiendo aquello en lo que creían. Ciertamente, la Antigüedad grecorromana está llena de ejemplares personajes que sufrieron un martirio laico cuando intentaban defender la libertad y la dignidad del hombre.
Siempre me ha fascinado la figura de Leónidas, el rey de Esparta que comandó al ejército griego en la famosísima batalla de las Termópilas. Desde Heródoto hasta nuestros días, aquella expedición en la que participaron, aparte de muchos otros griegos -las fuentes modernas se mueven en unas cifras entre los 7000 y los 14000 soldados helenos-, 300 espartiatas, se ha convertido el lance bélico en un ejemplo de heroísmo temerarioy romántico. El ejemplo más reciente es el filme "300"
donde la muerte de Leónidas alcanza unos tremebundos y muy emocionantes niveles dramáticos donde la tragedia griega, la histórica y la cinematográfica van de la mano.
Más allá de la leyenda, el ejemplo de los griegos que se enfrentaron al ejército persa es sin duda loable. Xerxes, en el 480, diez años después de la batalla de Maratón, amenazaba las ciudades de la Grecia continental con un ejército numerosísimo. Muchos helenos, en lugar de amilanarse, mientras Atenas no se decidía a participar en este primer contingente, crean una ejército que, fuese del tamaño que fuese, siempre tendría, como mínimo, una inferioridad de uno a diez frentes a los persas.
Al frente del ejército colocaron a Leónidas, diarca de Esparta, militar sexagenario avezado en mil batallas. Lo que se plantea, desde el punto de vista griego, es la defensa de su libertad frente a la tiranía del gigantesco imperio persa. En las poleis griegas el hombre -el libre, no el esclavo, se sobreentiende- es el centro de todo, ya estén organizadas como oligarquías o democracias.
Leónidas, que sin duda conoce la imposibilidad de una victoria, decide plantar cara a Xerxes en el paso de las Termópilas, angosto camino que sirve de entrada al Ática y el Peloponeso. Junto al muro focense se planta el ejército griego. Durante dos días aguantan las embestidas medas. Al tercero, según la tradición, un lugareño llamado Efialtes enseña un camino a Xerxes que le permitirá atacar la retaguardia helena.
Llega entonces la decisión herocia de Leónidas. Su misión era retrasar el avance enemigo todo lo posible. Eso dijeron en Esparta. En lugar de ordenar una retirada total, envía a casa a la mayoría del ejército griego. Se quedan los 300 espartiatas, 700 tespios y 400 tebanos, nunca he entendido por qué olvidados de casi todos. Y entablan una lucha suicida para dar un día mas a la Hélade para organizarse frente al invasor.
El gesto de Leónidas y los suyos sirvió inmejorablemente. Los atenienses vencieron a la flota persa en Salamina. Y al año siguiente la batalla campal de Platea supone la definitiva derrota persa. ¿Habría sido diferente si Leónidas no hubiese aguantado un día más? Nunca lo sabremos.
Para Leónidas y el resto del millar y medio de sacrificados soldados griegos, lo más importante era cumplir con su deber. El sacrificio valió la pena en cuanto estaban defendiendo un modo de vida anttagónico con el que quería imponer la corte aqueménida. A Leónidas le dieron una orden, y la cumplió más allá de lo que cualquier mortal habría hecho. Lógico que tan fabulosa entrega haya creado tantos mitos como la propia Iliada.
Actualmente, cerca del lugar donde murieron Leónidas y sus compañeros, existe un monumento conmemorativo de tan excepcional hazaña. En él se pueden leer los célebres versos de Simónides: "Ve a decir a los espartanos, extranjero que pasas por aquí, que, obedientes a sus leyes, aquí yacemos”.
Leónidas obedeció las leyes de Esparta. Dio, literalmente, su vida por ellas. Defendió su libertad y la de su tierra junto a otros hombres memorables aunque no conozcamos sus nombres. Ejemplos como este son los que, además de la Historia, construyen la leyenda y mejoran la imagen del ser humano.
Siempre me ha fascinado la figura de Leónidas, el rey de Esparta que comandó al ejército griego en la famosísima batalla de las Termópilas. Desde Heródoto hasta nuestros días, aquella expedición en la que participaron, aparte de muchos otros griegos -las fuentes modernas se mueven en unas cifras entre los 7000 y los 14000 soldados helenos-, 300 espartiatas, se ha convertido el lance bélico en un ejemplo de heroísmo temerarioy romántico. El ejemplo más reciente es el filme "300"
donde la muerte de Leónidas alcanza unos tremebundos y muy emocionantes niveles dramáticos donde la tragedia griega, la histórica y la cinematográfica van de la mano.
Más allá de la leyenda, el ejemplo de los griegos que se enfrentaron al ejército persa es sin duda loable. Xerxes, en el 480, diez años después de la batalla de Maratón, amenazaba las ciudades de la Grecia continental con un ejército numerosísimo. Muchos helenos, en lugar de amilanarse, mientras Atenas no se decidía a participar en este primer contingente, crean una ejército que, fuese del tamaño que fuese, siempre tendría, como mínimo, una inferioridad de uno a diez frentes a los persas.
Al frente del ejército colocaron a Leónidas, diarca de Esparta, militar sexagenario avezado en mil batallas. Lo que se plantea, desde el punto de vista griego, es la defensa de su libertad frente a la tiranía del gigantesco imperio persa. En las poleis griegas el hombre -el libre, no el esclavo, se sobreentiende- es el centro de todo, ya estén organizadas como oligarquías o democracias.
Leónidas, que sin duda conoce la imposibilidad de una victoria, decide plantar cara a Xerxes en el paso de las Termópilas, angosto camino que sirve de entrada al Ática y el Peloponeso. Junto al muro focense se planta el ejército griego. Durante dos días aguantan las embestidas medas. Al tercero, según la tradición, un lugareño llamado Efialtes enseña un camino a Xerxes que le permitirá atacar la retaguardia helena.
Llega entonces la decisión herocia de Leónidas. Su misión era retrasar el avance enemigo todo lo posible. Eso dijeron en Esparta. En lugar de ordenar una retirada total, envía a casa a la mayoría del ejército griego. Se quedan los 300 espartiatas, 700 tespios y 400 tebanos, nunca he entendido por qué olvidados de casi todos. Y entablan una lucha suicida para dar un día mas a la Hélade para organizarse frente al invasor.
El gesto de Leónidas y los suyos sirvió inmejorablemente. Los atenienses vencieron a la flota persa en Salamina. Y al año siguiente la batalla campal de Platea supone la definitiva derrota persa. ¿Habría sido diferente si Leónidas no hubiese aguantado un día más? Nunca lo sabremos.
Para Leónidas y el resto del millar y medio de sacrificados soldados griegos, lo más importante era cumplir con su deber. El sacrificio valió la pena en cuanto estaban defendiendo un modo de vida anttagónico con el que quería imponer la corte aqueménida. A Leónidas le dieron una orden, y la cumplió más allá de lo que cualquier mortal habría hecho. Lógico que tan fabulosa entrega haya creado tantos mitos como la propia Iliada.
Actualmente, cerca del lugar donde murieron Leónidas y sus compañeros, existe un monumento conmemorativo de tan excepcional hazaña. En él se pueden leer los célebres versos de Simónides: "Ve a decir a los espartanos, extranjero que pasas por aquí, que, obedientes a sus leyes, aquí yacemos”.
Leónidas obedeció las leyes de Esparta. Dio, literalmente, su vida por ellas. Defendió su libertad y la de su tierra junto a otros hombres memorables aunque no conozcamos sus nombres. Ejemplos como este son los que, además de la Historia, construyen la leyenda y mejoran la imagen del ser humano.
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martes, 10 de mayo de 2011
Antifonte
A pesar del acuerdo unánime que existe en cuanto a la influencia de la Antigua Grecia en la civilización occidental, a menudo se desconoce hasta qué punto es cercana su influencia; sobre todo en esta época de caos cultural, ético y político en que se ha convertido nuestro entorno con la dichosa globalización. Esto no difiere en demasía de lo que debió ser la Atenas demagógica que acabó con Sócrates, del que ya hablaremos largo y tendido en su momento, en sus momentos.
Para comenzar este blog en donde quiero mostrar la enorme contemporaneidad, para lo bueno y para lo malo, de la Antigua Grecia, quiero comenzar mi retrato de los antiguos griegos hablando de Antifonte, ilustre orador que fue ejemplo de gracias a sus dotes retóricas y oratorias, según la leyenda capaces de convencer a cualquiera de las cosas más asombrosas. Antifonte defendía la ley natural como verdadera frente a la positiva, mera opinión, que a veces dañaba nuestros propios intereses. Ponía como ejemplo que la obligación de decir la verdad en un juicio porque, aunque fueses justo y sincero, ta granjearías la enemistad de aquel contra el que estabas declarando.
Lo curioso de este personaje es que, a pesar de defender un discurso altamente relativista, suele caer bien por ahí. En el libro de "Historia de la filosofía" de Carlos Goñi Zubieta se afirma que Antifonte exponía "valiosos pensamientos éticos". Sin embargo, en su libro "Sobre la verdad", se puede observar fácilmente la esencia del discurso de este pensador:
"La Justicia consiste en no violar las leyes de la ciudad de donde uno es ciudadano. Así, una persona hace justicia en su propio beneficio si acata las leyes positivas si está en presencia de testigos, si acata las de la naturaleza cuando no hay ningún testigo. [...] Así, alguien que viola la ley positiva evita la vergüenza y el castigo si nadie le ve. Pero si alguien intenta violar algunas de las leyes inherentes de la naturaleza, cuando es imposible, el daño que sufre no es menor si nadie le ve, y no mayor si alguien es testigo de su acto". (Texto traducido del inglés: "Greek and Roman Political Thought", editado por la universidad de Cambridge).
Es decir, según la ley positiva, algo está mal sólo cuando te pillan con las manos en la masa. Si estás solo, déjate llevar por tus propios impulsos. Sólo hay que preguntar a un estudiante de instituto sobre si copiaría de estar solo en el aula, sin posibilidad de que le pillasen, y esperar la respuesta. Bien pensado, Antifonte, como pensador ético, quizás sea la mayor influencia de la Antigua Grecia en nuestro querido siglo XXI.
Para comenzar este blog en donde quiero mostrar la enorme contemporaneidad, para lo bueno y para lo malo, de la Antigua Grecia, quiero comenzar mi retrato de los antiguos griegos hablando de Antifonte, ilustre orador que fue ejemplo de gracias a sus dotes retóricas y oratorias, según la leyenda capaces de convencer a cualquiera de las cosas más asombrosas. Antifonte defendía la ley natural como verdadera frente a la positiva, mera opinión, que a veces dañaba nuestros propios intereses. Ponía como ejemplo que la obligación de decir la verdad en un juicio porque, aunque fueses justo y sincero, ta granjearías la enemistad de aquel contra el que estabas declarando.
Lo curioso de este personaje es que, a pesar de defender un discurso altamente relativista, suele caer bien por ahí. En el libro de "Historia de la filosofía" de Carlos Goñi Zubieta se afirma que Antifonte exponía "valiosos pensamientos éticos". Sin embargo, en su libro "Sobre la verdad", se puede observar fácilmente la esencia del discurso de este pensador:
"La Justicia consiste en no violar las leyes de la ciudad de donde uno es ciudadano. Así, una persona hace justicia en su propio beneficio si acata las leyes positivas si está en presencia de testigos, si acata las de la naturaleza cuando no hay ningún testigo. [...] Así, alguien que viola la ley positiva evita la vergüenza y el castigo si nadie le ve. Pero si alguien intenta violar algunas de las leyes inherentes de la naturaleza, cuando es imposible, el daño que sufre no es menor si nadie le ve, y no mayor si alguien es testigo de su acto". (Texto traducido del inglés: "Greek and Roman Political Thought", editado por la universidad de Cambridge).
Es decir, según la ley positiva, algo está mal sólo cuando te pillan con las manos en la masa. Si estás solo, déjate llevar por tus propios impulsos. Sólo hay que preguntar a un estudiante de instituto sobre si copiaría de estar solo en el aula, sin posibilidad de que le pillasen, y esperar la respuesta. Bien pensado, Antifonte, como pensador ético, quizás sea la mayor influencia de la Antigua Grecia en nuestro querido siglo XXI.
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