Safo de Mitilene, que vivió a caballo entre los siglos VII y VI antes de Cristo, gozó de gran fama en la Antigüedad. Aristóteles hablaba de la "divina Safo". Curiosamente, apenas nos han quedado unos pocos fragmentos de su poesía, delicada, elegante, novedosa, anticipadamente lírica. Sus más famosos versos son aquellos que, ante la contemplación de una "amiga", dicen:
"Apenas te miro y entonces no puedo
decir ya palabra.
Al punto se me espesa la lengua
y de pronto un sutil fuego me corre
bajo la piel, por mis ojos nada veo,
los oídos me zumban,
me invade un frío sudor y toda entera
me estremezco, más que la hierba pálida
estoy, y apenas distante de la muerte
me siento, infeliz".
(Traducción de Carlos García Gual)
Estos versos muestran por primera vez en Occidente el tópico del amor que nos priva de los sentidos, del amor imposible que nos acerca a la muerte. Tópico que, casi dos mil años más tarde, repetirán Dante o Petrarca. No puede extrañarnos que, mucho más cerca, Séneca o Cicerón alabasen a la escritora de Mitilene, mito, leyenda y realidad que abre un camino a la poesía que ya nunca más se cerrará. Hasta en Bécquer o Neruda se escuchan ecos de Safo.
Safo y Faón |
Sin embargo, los escasos versos que conservamos de esta magnífica poetisa siguen transportándonos a un mundo mágico, enamorado, que, aunque eternamente distante en el tiempo, resulta paradójicamente cercano.
Escribe, a modo de súplica, la inmortal Safo en su "Himno a Afrodita", para García Gual el último poema de la despechada enamorada. Debemos evitar caer en las "mentiras" que se tejen alrededor de lo que no sabemos y, sencillamente, conformarnos con lo poco que tenemos. Safo, en sus ruinas, es asombrosamente actual. Siente como si fuera nuestra coetánea. Quizás fue ella la primera persona que supo trasladar a las palabras las inefables contradicciones del amor.
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