Pocos antiguos griegos muestran como Eratóstenes de Cirene lo asombroso de aquella civilización. Astrónomo, geógrafo, matemático, poeta y filósofo, en definitiva humanista, fue el director de la Biblioteca de Alejandría durante más de 40 años. Era admirado tanto por su capacidad para el estudio como por sus dotes deductivas. Pero por lo que realmente ha pasado a la Historia es por sus capacidades como geógrafo y astrónomo. Su "mapa mundi" de las tierras que se conocían en su época es paradigmático.
La gran hazaña de Eratóstenes, empero, fue la de medir las dimensiones de la Tierra -que consideraba esférica- con un error de tan solo un 1%. A partir de la observación de la inclinación de los rayos del sol durante el solsticio de verano en dos ciudades egipicas situadas a distinta latitud, y aplicando un método trigonométrico, dio con una cifra de la longitud de la circunferencia terrestre asombrosamente cercana a las mediciones tecnológicas de la actualidad.
Curiosamente, fueron las medidas, posteriores, de Posidonio y Ptolomeo las que cobraron mayor vigencia en el mundo, cifras que hacían a la Tierra mucha más pequeña y que invitaron a Cristóbal Colón a iniciar su ya legendario viaje del Descubrimiento. La Historia tiene estas ironías, y Ptolomeo, que se situó en el error, es mucho más conocido que Eratóstenes que, como digo, se acercó asombrosamente al tamaño real de nuestro querido y maltratado planeta.
Por si fuera poco, que con esta medición hizo de la necesidad virtud, de la precariedad de medios caldo de cultivo del ingenio, Eratóstenes aportó innumerables aportaciones a muchos de los campos en los que trabajó, como la esfera armilar, instrumento astronómico que aún se utilizaba en la Edad Moderna, o la "Criba" a la que da nombre, un sencillo algoritmo que sirve para encontrar todos los números primos que hay desde 1 hasta un número n, y que es completamente preciso hasta los diez millones. De ahí que en su tiempo fuera considerado como uno de los mayores sabios de siempre.
A modo anecdótico, sólo queda añadir que, con más de ochenta años, sintiendo que la vida le vencía, que la muerte ya se acercaba, Eratóstenes, en un alarde de resignación con mucho de estoico, se dehó morir de hambre.
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