
Se conocen muy pocos datos fehacientes de la vida de Arquímedes, envuelto así en un clima de leyenda, como la vieja anécdota que cuenta cómo "descubrió" su famoso principio cuando se estaba bañando mientras pensaba cómo averiguar si la corona del tirano de Siracusa contenía tanto oro como se suponía. Sin embargo, el principio sigue siendo base fundamental en el estudio de los fluidos.

La gran fama que alcanzó Arquímedes en vida fue esencialmente gracias a sus alardes en la invención de máquinas militares. Aparte de mejorar catapultas y otras máquinas de guerra, a él se debe la curiosa "Garra" que elevaba por un lado los barcos del enemigo para que se inundase el otro. Así los siracusanos consiguieron vencer los primeros asedios navales de los romanos.
Aunque en este terreno la palma se la lleva la leyenda del "rayo destructor". Según parece, Arquímedes ideó una combinación de espejos que, al reflejar la luz del sol, iban condensando el calor hasta conseguir crear un rayo incendiario que destruyese las naces enemigas. No se sabe hasta qué punto es cierto su invento, pero aún hoy se siguen haciendo experimentos para combinar distintas fuentes de luz y así conseguir una rayo desintegrador. El MIT sigue desarrollando experimentos en este sentido.
Tal fue la fama de Arquímdes como ingeniero militar que Roma, cuando por fin iba a conquistar Siracusa, dio orden de que la vida de Arquímedes debía ser respetada por encima de todo. Cuenta la leyenda que Arquímedes, en pleno fragor de la batalla, se encontraba sumido en una de sus hondas meditaciones teoréticas cuando un soldado romano llegó a su casa. El legionario le llamó varias veces por su nombre pero él, en su mundo, no se percató de nada. Al final el miliatr acabó con él. Su genialidad, su portentosa capacidad de concentración, le costaron la vida.
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