viernes, 24 de junio de 2011

Pobre Edipo

Pocos personajes literarios han sufrido un destino más injusto que Edipo, figura que por otro lado plasma a la perfección el sentido trágico de la vida que se tenía en Grecia y que puede servir perfectamente como paradigma de la angustia existencial de ese otro monstruo de la naturaleza que fue Martin Heidegger.

 Edipo apenas hace nada en su vida para sufrir el castigo que recibe. Cuando sus padres reciben el oráculo de que matará a su padre y se acostará con su madre, deciden matarle. Pero el encargado de hacerlo se apiada de él, y lo cuelga de un árbol con los talones taladrados.

Edipo es recogido y criado por los reyes de Corinto. Cuando el Oráculo de Delfos le dice su destino, decide huir porque no quiere matar a su padre. Así se produce su regreso a Tebas, pero en el camino matará a un desconocido que él no sabe que es Layo, su padre. Ni sabe que cuando libre a Tebas de la Esfinge tendrá que casarse con Yocasta, su madre, aunque él no lo sepa. Ni sabe que sus hijos también son sus hermanos. Edipo no sabe nada; todo lo que hace es para huir de su destino, y así irónicamente se va cumpliendo tan injusto hado.

Porque Edipo siempre se porta noblemente. En "Edipo rey", la tragedia de Sófocles, se pone a averiguar la verdad sólo para librar a Tebas, ciudad de la que ya es rey, de una peste producto de que el asesino de Layo no ha sido apropiadamente castigado. Todos lo piden que no siga adelante, como si ya supiesen qué pasa. Pero Edipo sigue el camino de la justicia para terminar duramente castigado, quizás el final más absurdo e injusto de la historia de la literatura.

Los teóricos del teatro griego afirman que en la tragedia ateniense es fundamental el concepto de hybris, o acto de soberbia o insolencia que comete el protagonista y por el que termina siendo castigado. Edipo nunca comete un pecado de soberbia. Huye de Corinto para salvar a los que cree sus padres. Mata a Layo por un altercado callejero que habla peor de la época que del protagonista. Salva a Tebas de la Esfinge y se casa con la reina viuda porque es lo que dicta la tradición. Y averigua la verdad para salvar de nuevo a Tebas. Edipo es un "juguete del destino", como habría escrito Shakespeare, y no un insolente castigado. Su tragedia es la de todos los seres humanos en el sentido de que el "mayor delito del hombre es haber nacido". Ahí reside la tragedia de su mito, y no en las teorías literarias del siglo XX.

Pero el mayor pecado que se ha cometido con Edipo es utilizarle para bautizar "El complejo de Edipo", trastorno típico de la infancia en la que el niño se enamora perdida y posesivamente de la madre, y que puede derivar en una patología. La cuestión, como han argumentado numerosos psicólogos, psiquiatras y expertos literarios, es que el Edipo mítico no siente ninguna fijación por la que no sabe que es su madre. En cuanto descubre quién es Yocasta, ella se suicida y él se arranca los ojos. Porque Edipo entiende lo monstruoso de su incesto.

Como argumenta, entre otros, Harold Bloom en "El canon occidental", el personaje literario que más se acerca a lo que expuso Sigmund Freud fue Hamlet, el príncipe de Dinamarca creado por William Shakespeare, que quiere vengar a su padre y recuperar a su madre, Gertrudis, casada con el traidor Claudio. Pero con Edipo siempre pasan estas cosas. Seguro que el viejo oráculo que dictó su destino también aseguró que su hado culminaría con dar el nombre a un complejo psicológico para que nunca nadie se olvidara de él... aunque generalmente sea modo tergiversado.

martes, 14 de junio de 2011

Fidias y el Partenón

Pocos templos han servido como santuarios de una diosa griega, como basílica y como mezquita. Ninguno ha despertado la misma fascinación que el Partenón, majestuoso sueño con el que Pericles, con el dinero de los demás miembros de la Liga Ático Délica, quiso que Atenas quedase para siempre marcado a fuego en los anales de la Historia. Fue un acto faraónico salpimentado con los modos de  una curiosa democracia.

El Partenón, que comenzó a construirse en el 447 a.C., tardó quince años en terminarse, uno más para completar su majestuosa decoración. Aunque los arquitectos oficiales fueron Ictino y Calícrates, siempre trabajaron bajo los dictados de Fidias, amigo de Pericles y principal escultor del periodo clásico. Fidias, aparte de esculpir la estatua criselefantina de Atenea Partenos con 1.200 kilos de oro, de encargarse de la decoración de los frontones y las metopas, diseñó este gigantesco templo de casi 70 metros de longitud y 30 de anchura.

Lo curioso del diseño del Partenón es que, aunque parezca lo contrario, no hay ninguna línea recta en su diseño. Cada fuste, cada arquitrabe, el entablamento están ligeramente curvados para dar mayor elegancia y finura al edificio. Todo un alarde de diseño y capacidad arquitectónica. Aunque nada comparado con el poco tiempo que se tomaron en levantarlo, algo al alcance de muy pocos; quizás sólo la construcción del monasterio de El Escorial se pueda considerar su parangón.

En 1897, en Nashville, Tennessee, con motivo de una feria se construyó una réplica en escayola y ladrillo que, veinte años más tarde, fue derruida para construir otra con materiales más duraderos. Trabajaron numerosos expertos y se decoró el edificio con réplicas de las esculturas de Fidias, incluida la gigantesca estatua de 12 metros de altura del interior del templo. Para que nada quedase sin terminar se policromó el Partenón tal y como se piensa que estuvo en los tiempos gloriosos de la antigua Atenas.


¿Qué magia tendrá un edificio que, dos milenios y medio más tarde, llega a seducir a los habitantes de una ciudad estadounidense hasta tal punto que sufragan la construcción de una aunque más barata también carísima réplica?

Aunque suela reducirse su papel al de simple escultor, Fidias fue a la acrópolis lo que Pericles a la política de Atenas. Ideó aquel majestuoso edificio según una visión muy particular nunca repetida después. El orden dórico fue paulatinamente desapareciendo porque evidentemente era imposible mejorar lo conseguido por los atenienses.

Curiosamente, el Partenón no quedó recogido como una de las siete maravillas del mundo de Antípatro de Sidón, por ser bastante más pequeño que el templo de Artemisa en Éfeso y porque Atenas había sido demasiado poderosa. Fidias quedó recogido por su estatua de Zeus de Olimpia pero, como casi toda su obra, esta no ha sobrevivido. Siguiendo con esta extraña maldición, su decoración del Partenón se encuentra en su mayoría en el British Museum, los famosos mármoles Elgin.

A pesar de todo, el Partenón sigue ahí, medio destruido por una explosión cuando a algún iluminado se le ocurrió convertirlo en polvorín. Su nombre siempre es asociado a Ictino y Calícrates, pero se suele olvidar que Fidias dirigió su diseño y construcción. Seguramente su nombre, por la ausencia de obras auténticamente suyas que quedan en Grecia, está más dentro de la leyenda que fuera. Pero sin él no habría un espectacular templo levantándose sobre la más famosa acrópolis del orbe. Su legado es, pues, casi anónimo mas imperecedero.