De familia noble, Alcibiades fue protegido de Pericles. luchó codo con codo con Sócrates, que le salvó la vida en Potidea, y al que a su vez salvó en la batalla de Delium. Cuando entró en política, en el 422 a.C., su carrera fue meteórica. Atenas se encontraba en plena guerra del Peloponeso y la labor de este joven de 28 años iba a resultar definitiva. En primer lugar colaboró con Nicias para mandar al ostracismo a sus principales rivales políticos.
Más adelante, como había tregua en Esparta, Alcibiades ideó la famosa expedición a Sicilia que, a la postre, llevaría a Atenas a la ruina. Durante la expedición, que seguramente fracasó más por la pusilanimidad de Nicias que por la ambición de nuestro protagonista, en Atenas se encontraron varias estaturas de Hermes seriamente mutiladas. Enseguida se relacionó a Alcibiades con este acto de impiedad. El comandante ateniense, en lugar de defenderse, desertó y, en un acto imperdonable de traición, se pasó al enemigo, a Esparta.
Alcibiades acompañado de unas cortesanas |
Curiosamente, Alcibiades negoció con el nuevo gobierno de Atenas y regresó triunfalmente como general. Consiguió dos sonadas y muy celebradas victorias antes de ser derrotado en Notium y, consiguientemente, desterrado de su tierra natal. Se refugió en Phyrgia, donde, según se asegura, intentó mantener al rey Artajerjes de Persia en contra de Esparta. Allí murió asesinado, en un crimen que nunca terminará de esclarecerse del todo.
La guerra del Peloponeso terminó, y el gran beneficiado fue el imperio persa gracias al debilitamiento general de los griegos. Así, ganó uno de los bandos a los que sirvió Alcibiades, un personajes de apasionante biografía que, si es adorado por muchos, lo es al modo de Fouché y Talleyrand. Siempre quedará un sitio en la Historia para los camaleones humanos, sobre todo si son bellos y poseen, como Alcibiades, el don de la elocuencia.